Se dice que cuando alguno de los alumnos del gran Aristóteles (384 - 322 a.C, Estagira, Grecia) le preguntó ¿Cuál es el bien supremo para el hombre?... el filósofo le respondió con gran contundencia: ¡LA FELICIDAD! El alumno a los pocos segundos de recibir tal respuesta, volvió a interrogar… ¿Pero qué debo entender por felicidad?… A lo que Aristóteles respondió: “El ejercicio perfecto de cada actividad propia del hombre”.
Como podrán ustedes imaginar, el alumno no sintió que tal respuesta le aclarara del todo su duda, por lo cual intentó balbucear una siguiente pregunta… Aristóteles, observándole su faz desconcertada, se adelantó y le aclaró: “La felicidad consiste en tener satisfechas la necesidades elementales, tiempo para el “ocio” y estar rodeado de amigos”.
Esto lo afirmó el gran filósofo hace ya más de 2,000 años, y si lo reflexionamos, su respuesta sigue siendo válida en el siglo XXI.
En efecto, con independencia de las innumerables definiciones que pudiéramos encontrar sobre el significado profundo de lo que es la felicidad, considero que la gran mayoría de nosotros, podríamos aceptar como verdadera la afirmación de que una parte constitutiva, un pilar de la felicidad… es el “OCIO” (del Latín, Otium, que significa REPOSO).
Ahora, la pregunta obligada: ¿Qué debemos entender por OCIO? La respuesta es: “Tiempo libre que un individuo dedica a realizar actividades que enriquecen a su persona”… y como lo hiciera el alumno de Aristóteles, podríamos preguntarnos ¿cuáles serían las actividades que enriquecen a la persona? La respuesta sería: los paseos, el tocar un instrumento, la lectura, hacer deporte, vacacionar en alguna playa, realizar senderismo, pintar, esquiar, jugar tenis, etc.; y claro, si se tiene la vocación, reflexionar y filosofar con la finalidad de “alejarse aunque sea temporalmente” de aquellas actividades y responsabilidades cotidianas (como son el trabajo profesional rutinario, juntas de negocios, entrevistas con clientes, uso esclavizante de dispositivos electrónicos, etc., etc.) que nos acarrean, por su ritmo constante y muchas veces frenético, “el mal del siglo”… el llamado ¡ESTRÉS!
Luego entonces, podríamos entender al OCIO, como el periodo en el que se realizan actividades “que no tienen que ver con el trabajo regular y cotidiano”.
Estas actividades de “ocio”, tienen como propósito fundamental quitar o disminuir el estrés, y por ende, tener ocupada nuestra mente en otras cosas que no sean “obligaciones”, para así tener oportunidad de “tomar conciencia de uno mismo”, siendo el periodo propicio para desarrollar la creatividad, actitudes y aptitudes personales, y la auténtica relación personal.
El ocio, por otra parte, es importante porque da energía positiva a la persona, refresca la mente y ayuda a largo plazo a mantener la salud física y mental. Ha habido algunas investigaciones científicas que han demostrado que un poco de OCIO, reduce entre otros el riesgo de tener diabetes e hipertensión.
No podemos soslayar que el ocio nos da la oportunidad de estar con nuestros seres queridos, y que también es una oportunidad para conocer nuevas personas, crear amistades, aprender cosas nuevas (cuando visitamos museos, un sitio arqueológico, etc.), o también nos puede acercar a la madre naturaleza cuando vamos de campamento, hacemos senderismo, viajamos a la montaña, y qué decir cuando nos encontramos en las playas… frente a la inmensidad del mar…
En un mundo globalizado y competitivo donde tenemos que ser productivos, eficientes, tomar decisiones de trascendencia, tener alto rendimiento, demostrar proactividad, ser resilientes, etc., estamos propensos constantemente a un estado de estrés, que si bien es cierto que inicialmente nos impulsa y motiva a dar lo mejor de nosotros mismos, también es cierto que de mantenernos continuamente en estrés por largos periodos, nos puede conducir a un descenso en la propia actividad profesional, e incluso puede provocar trastornos de ansiedad o síntomas depresivos… lo que modernamente se conoce como “BURNOUT”.
Se ha comprobado que los periodos de descanso (OCIO), acarrean un desbloqueo mental provocando una mejora en la capacidad de juicio y decisión, posibilitando así, por ejemplo, el análisis completo de la información disponible para la posterior toma de decisiones, pues el descanso, estimula la presencia de dopamina y serotonina en el cerebro, reduciendo la ansiedad y la presencia de esquemas negativos de pensamiento.
Como lo afirma la autora Marta Grañó, las vacaciones previenen las enfermedades cardiacas, pues según un estudio realizado (a lo largo de nueve años) por la Universidad de Pittsburg, quedó demostrado que las personas que no tenían la costumbre de tomarse unos días de vacaciones al año, presentaban un 32% más de riesgo de morir de un ataque al corazón (se eligió esta enfermedad por su elevada correlación con el estrés); pero también se concluyó en el estudio que había un 21% más de riesgo a morir por cualquier otra enfermedad.
Sé que algunos de mis lectores estarán pensando que “vacacionar” también implica un reto, pues por razón de la tecnología, nos hemos esclavizado del Ipad, LapTop, celular y “las responsabilidades” nos constriñen a permanecer “conectados todo el tiempo”… Esta situación de las personas incapaces de “poder desconectarse de su trabajo”, sufren de la denominada “depresión de la tumbona”, un término utilizado por los médicos de la clínica psiquiátrica Wagner- Jauregg de la Ciudad de Linz, Austria, y que se refiere a la INCAPACIDAD DE LIBERARSE DEL ESTRÉS acumulado durante el año.
Por todo lo anterior, apreciables lectores, me veo compelido a darles un buen consejo que sé me agradecerán oportunamente:
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